Después de la catástrofe...
Vuelven a sonreír los niños. Vuelven a jugar. Solo ha cambiado el escenario. El polvo no les empaña la infancia, la tierra les sirve de elemento, quizá para hacer figurines o para la comida imaginaria.
No han sido ajenos al miedo, al frio, al hambre. Pero en su nueva realidad me conmueve comprobar que muchos de los niños pisqueños no han perdido la inocencia.
Es un buen síntoma, un indicador que le confirma a mi orgullo aún herido que Pisco solo hay uno. Y es éste, el que siempre conocí.
Fotos: Angélica C.