Wednesday, October 25, 2006

Marciana de pelo negro

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¿Quién dice que el negro no es llamativo? ¿Quién se atreve a desconocer las bondades del color del ébano? Casi nadie sin lugar a dudas; su elegancia y misterio marcan la diferencia y hasta hacen la envidia del arco iris en las preferencias del público. Bueno, mientras esté en la ropa o en las botas, o en las gafas o en el coche. Pero parece que su popularidad no es tal si se traslada a los cabellos... por lo menos a los de las mujeres (de este país).

Sí, por eso basta echar una mirada alrededor para encontrarnos con cada vez más rubias y castañas transitando la vía pública. Hasta allí todo bien, considero el tinte un accesorio común y silvestre, y mientras esté bien llevado (léase si favorece al portador (a)) pues adelante (yo misma he pertenecido al grupo de las pelirrojas por varios años). El problema es cuando solo esos colores se vuelven “los colores” y al resto que le parta un rayo.

Un nuevo paso en mi vida me hizo pensar en cambiar de estilo trayendo consigo un buen frasco de tinte negro azabache y un corte sacado de alguna revista. Lo primero lo hice yo misma y lo segundo en un salón claro está. De eso ya hace dos meses, casi el mismo tiempo que tiene mi blog.

Tengo que confesar que me cayó a pelo, me fascinaba ver mi reflejo tratando de adivinar dónde estaba escondida aquella enigmática mujer de piel (más) pálida y mirada (más) profunda todo este tiempo (aunque nadie me había dicho nada al respecto). Caminaba sintiéndome tan única (cosa rara, no? Si se supone que aquí la mayoría tiene cabello oscuro) con mi melena al viento hasta que me bajaron a tierra.

Hace unas semanas unas amigas del instituto se dieron cuenta del tinte sorprendiéndose de mi elección sin mucho agrado (“ah con razón, ya nos parecía raro”, “no está tan artificial”). Poco después una de mis cuñadas añadió su cuota de decepción (“¡te pintaste de negro?!! Hmmm”).

Y la estocada final la dio el estilista con el que me topé hace unos días en esos lugares que se hacen llamar spa (“pero por qué lo hiciste”, “cuando vayas a querer aclarártelo ya no vas a poder”, “ahora van a estar de moda los reflejos castaños y toda la gama del rubio”).

Finalmente terminé siendo una marciana, anticuada que linda con la huachafería... solo por elegir el color de pelo más común en el Perú, el negro. ¿Acaso solo las rubias y castañas pueden ser atractivas? ¿Somos las morenas bichos raros solo por no querer ser como ellas?

Leyenda: Belleza negada. El azabache no tiene jale. Foto: Internet.

Sunday, October 22, 2006

Sin una sola respuesta

¿Cuánto cambiamos con los años? De repente esa pregunta invade mi insomne soledad y me llena de incertidumbre. Cuando el efecto se va dando en uno mismo casi no es posible darse cuenta. Es más fácil advertirlo al frente, allí donde vemos la película pasar, allí donde el tiempo deja sus heridas y sinsabores. O quizás su pinceladas de experiencia, madurez y fortaleza. Pero aquí estoy, pensando en cuánto de mí dejé regado por alguno de mis caminos y en qué me he convertido. Intento recordar a quien conocí a lo largo de mi vida y decía que era yo. ¿Cuánto mutaría la ex chica de los ojos grandes en su trayecto por mejorar eso que llaman destino? No sé responderlo. Traté de huir de mis demonios todo el día, perdiéndome en el bullicio de centros comerciales hasta entrada la noche. Un halo de nostalgia tiñe mi domingo. Vuelvo a mirarme al espejo.

Friday, October 20, 2006

Sueños en movimiento

Por alguna razón había un caballo trotando hacia la nada. También había un bus estilo apartamento japonés, donde tenía que sacarme los zapatos para poder transitar libremente. No era un bus normal, dentro había de todo: sillones, ducha, comedor, etc, etc. De repente, mi escenario cambió y sobre mi había un pitbull sacudiéndome la cabeza por detrás. Mi cabeza iba y venía y el maldito perro no me soltaba. El movimiento se extendía a todo mi cuerpo, a mi cama, a mi cuarto, a mi casa...

Hacía tiempo que no despertaba con un temblor así de fuerte en Lima (6.4 grados en la escala de Ritcher). Pese a que mi estadía en Japón me familiarizó con esos movimientos telúricos, había olvidado los remezones y el ruido que se producen en las construcciones de estos lares (los de allá son una especie de oleadas insonoras, como si se estuviera sobre el agua).

Ni siquiera era las seis de la mañana (para ser más exactos era las 5.48) pero como nunca, ya estaba despierta, y mientras tanto, era invadida por un extraño miedo. Mi preocupación, que empezó siendo por mi integridad física (y la de mi casa, claro está) terminó siendo proyectada a la vergüenza que tendría que pasar si no encontraba rápidamente un pantalón que ponerme si las cosas empeoraban y debía salir a la calle.

Y es que recién en esos momentos una viene a darse cuenta lo importante que es estar lista para cualquier desgracia. Justamente anoche por sentir demasiado calor con mi pijama de invierno decidí echarme a dormir solo con un polo de algodón por no darme el trabajo de buscar entre mi ropa un pijama más apropiado.

Para cuando terminó el temblor ya había acabado de ponerme algo encima. Todavía buscaba mis zapatillas pero por lo menos ya no habría hecho el ridículo en caso de salir disparada. Qué manera de recibir el día. ¿Será que ese lunático sueño buscaba anticiparme mi problema matutino?

* Lo siento, hace días que quiero colocar fotos pero no se por qué no me acepta.

Tuesday, October 17, 2006

Todo por una entrevista

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Siete y quince, abro los ojos casi como autómata, no tengo mucho tiempo. El espejo me devuelve dos grandes ojeras, “oh no, soy un espanto”,“!por qué tengo que ir justo hoy!”. Sí, esperé mucho tiempo por una entrevista parecida y cuando casi había enterrado mis esperanzas esa llamada llegó. La cita fue tan repentina (de un día para otro) que me cogió desprevenida... ni siquiera tenía currículo actualizado! A la media noche cuando ya había librado esa primera parte y me disponía a dormir tranquila me di con la sorpresa que me faltaba algo parecido a un file donde poner esas tres hojas que contienen mi “perfil profesional”.

Por eso ahora, a poco más de cuarenta minutos para la entrevista siento que necesito ayuda urgente (para arreglar mi cara, ordenar mi cabello, comprar el file, imaginar las preguntas y llegar al lugar de los hechos). Para colmo, Lima amaneció con una fastidiosa garúa y charcos por doquier que amenazan desestabilizar mis botas de tacón. Así y todo llego a la librería más cercana donde por suerte (qué ilusa) encuentro el bendito file. Lo que también encuentro allí es una parte de mi currículo !mojado! (juro que estaba cubierto).

Ahora estoy en casa de nuevo, tratando de batir un record mundial prendiendo la compu e imprimiendo esas tres hojas en menos de un minuto. Los otros quince restantes los necesito para tomar un taxi al vuelo y llegar a la cita. Trato de pensar que no es hora punta, que todo esta en la mente, que de Jesús María hasta Miraflores hay solo diez minutos, que no hay semáforos, que mi reloj está adelantado, que el tráfico en Lima puede ser ordenado... Vuelvo al mundo real cuando al taxi en cuestión -donde estoy atrapada- se le acaba la gasolina ¡en medio de la Vía Expresa! Y digo en medio porque estamos realmente en el carril central, allí donde no se puede a ir menos de 70 km/h.

¿Saben lo que es entrar en pánico?, ¿Saben lo que es tener sentimientos asesinos? Le pregunto al tipo por qué no llenó el tanque antes de salir. “Solo es la gasolina, porque la batería está biiien”, obtengo como respuesta. Forzando el motor, diez minutos después, logramos salir a una via alterna. A pocos metros un grifo. “Ahora sí vamos directo”, dice el taxista.

Voy con cinco minutos de retraso desde donde me encuentro, o sea, fácil llego veinte minutos tarde a la entrevista. No puedo creer lo que veo, este auto es un triciclo disfrazado de coche, debajo del timón cuelgan cables que de cuando en cuando el seudo taxista junta para hacer conexión... Y a la hora que caigo en la cuenta.

Cómo puede una chatarra como ésta andar por las calles alegremente lucrando con los incautos (o sea yo). ¿Será que el auto fue asaltado? ¿O que voy a ser secuestrada? Pero si no tengo nada, solo un currículo. Creo que voy a bajar. Espera un poco, creo que estamos cerca. Qué odio, creo que estamos perdidos. Solo eso faltaba, hemos dado vueltas por este mismo lugar un par de veces. ¿No hay disminución de penas en casos como estos?

Estoy bajando del taxi. Estoy de pésimo humor. El taxista también. ¿Por qué todo funciona tan mal a veces? ¿Será el país? ¿Seré yo? Me he pasado treinta cinco minutos de la hora pactada... no, esto no me está ocurriendo. ¿Entrar o no entrar? Esa ya es otra cuestión.

Leyenda: Varados en la Vía Expresa sin nada de optimismo. Foto: Ruddy Tena.

Monday, October 09, 2006

Una receta muy engañosa

Ocurrió el domingo pasado a la hora del almuerzo, justo el día que la primavera se hizo sentir por primera vez en lo que va del año. Mis labios pedían solo un poco de agua para calmar la sed antes de empezar a probar bocado. Entonces, mi linda tía prefirió cambiarme de líquido llevando hasta la mesa una jarra llena de un extraño jugo.

"Es una receta que vi en la tele", comentó mientras me alcanzaba un vaso. No tenía un color definido, iba de beige a marrón, en degradación, con espuma más clara en la parte superior. "Pera con manzana, pura fruta", añadió a modo de convencerme. Poco después descubriría que esa combinación no es ni de lejos la mejor. Ella misma se dio cuenta al primer sorbo. "Es un engaño, esto no es delicioso", dijo con fastidio mirando su vaso.

¿Qué demonios estaba pasando? ¿De dónde había sacado semejante brebaje con sabor a purgante? Pues ni más ni menos de un comercial de néctar de frutas que últimamente se ve en la caja boba: Pulpín. En dicho spot un hombre corta en pedazos una manzana una pera y quien sabe que más para meter todo en la licuadora y preparar a su hijo un jugo que supuestamente sabe bien pero que no llega a ganarle al dichoso Pulpín.

Y ella, pecando de ingenua o algo por el estilo, creyó que imitando lo visto podría obtener ese mismo jugo que sabe bien aunque no llega a ser tan bueno como Pulpín. Con llegar a ese punto ella estaba contenta. "Además, es más natural", pensó.

Yo no sé si es que se le olvidó el quien sabe qué que agrega aquel sujeto o es que simplemente se dejó llevar como ocurre en la mayoría de los casos por el poder de la imagen y la fantasía de la televisión y la publicidad. No es justo que malogren así mi almuerzo. No es justo Pulpín.

Monday, October 02, 2006

¿Dormir en público puede ser un placer?


Cuando el sueño arrecia y se está, por esas cosas de la vida, en algún espacio público la idea es extender lo máximo la conciencia hasta llegar a poner la cabeza en la propia almohada. El punto es que no siempre es posible, especialmente cuando no se ha pegado los ojos en toda la noche y/o se tiene encima unas copas (o botellas) de más.

En esos casos basta apoyar la retaguardia en algo parecido a una silla y tener tres segundos de sosiego para ir cayendo privado a medida que el cuello se dobla (para adelante, atrás o alguno de los lados) y la cabeza cae haciendo equilibrio con la columna vertebral (nunca me gustó esa imagen).

Nada importa en esos momentos; a mi entender, el poder del sueño es más poderoso que el pensamiento. De ahí que muchos hayan despertado luego de un breve "pestañeo" (que en realidad no es tan breve como se imagina) para darse cuenta que han sido desvalijados.

Los lugares públicos favoritos para dar rienda suelta al sueño (a veces con ronquido incluido) en Lima, parecen ser las combis. Pero los fines de semana también los son los restaurantes noctámbulos a donde se va a llenar el estómago después de una juerga así como las iglesias los domingos en la mañana.

No se hasta que punto sean reconfortantes esos “cabeceos” al vuelo. Lo que es yo siempre odié hacerlo porque sentía que mi sueño pertenecía a mi privacidad, y solo yo y los míos podíamos ser partícipes.

Pero siempre llega el momento, y claro, me he quedado dormida varias veces, despertando algo fastidiada al principio, un poco más acostumbrada después, más que por el hecho de ser vista porque tenía que interrumpir mi siesta para volver a casa (léase bajar de la combi o del tren).

El sueño en estos casos no llega a darme el placer que siento al estar en mi propia cama aunque sea unos pocos minutos, por eso me sigo sorprendiendo encontrar personas que plácidamente se entregan a los brazos de Morfeo aún con un plato de comida a pocos centímetros de sus narices.

Leyenda: Cualquier lugar es bueno para dar una pestañeada. Incluso en la propia mesa. Foto: Ruddy Tena.